“En términos democráticos es más caro dejar morir de asco a un anciano que ponerle un transporte para que vaya al médico”

En su último número, la revista de COAG Castilla y León publica una entrevista al escritor Sergio del Molino, autor del bestseller “La España Vacía”.

12 06 2019

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Sergio del Molino viajó a un país con mucho paisaje y escaso paisanaje y se trajo su libro La España Vacía donde nos contó y nos nombró ese país y nos lo emitió en prime time: la resistencia latente devino en palpitante, Madrid fue poblada el 31 de marzo por quienes combaten la despoblación y los políticos se fueron a hacer campaña a los trigales. 

Pregunta: Durante estas campañas electorales hemos visto a los po­líticos visitar el campo, los pueblos,  fotografiarse conduciendo tractores, manejado las forks (horcas) que usted menciona. ¿Estamos salvados?

Respuesta. (Risas) Yo creo que es al revés, que debe ser un síntoma de preocupación porque lo que intentan es capitalizar un descontento que viene de antiguo al que no han hecho ningún caso. Pretenden  utilizar un tema que para la población puede sonar a­mable porque remite a la nostalgia, quieren dar a entender que les preocupa otro problema territorial que no sea Cataluña, pero no es cierto. Yo, que trabajo en el mundo de la cultura, cuando veo a los políticos tomar la cul­­tura como bandera  me inquieto mu­­­cho. Además, en el campo, con la cesión de soberanía a Europa y las escasas competencias que tiene Es­paña tampoco pueden hacer mucho. Yo desconfiaría muchísimo.

P:  ¿Con usted llegó el escándalo? Los grupos de resistencia rural no sacaban sus gritos de sus límites provinciales. España, los medios, las administraciones estaban tranquilamente a lo suyo sin saber que existía Teruel, Soria o Zamora… pero el 31 de marzo se produce en Madrid la mayor concentración contra el Gran Trauma (Del Molino dixit), los medios comienzan a reflejar el fenómeno y, como le decía, los políticos se suben a los tractores...¿Fue usted quien agitó el fenómeno con su libro de La Es­paña va­cía?

R: No, no creo, un pobre escritor no tiene esa capacidad, yo creo que lo que sí se produjo es que el libro llegó en el momento exacto en el que había una receptividad en la sociedad española. Igual aparece cinco años antes y había pasado desapercibido. Había una sensibilidad que no existía unos años antes, pero las reivindicaciones vienen de le­jos.

P: Pero las reivindicaciones no ha­bían llegado, por ejemplo, a los me­dios nacionales y con usted sí llegaron.

R: Sí, es verdad, nunca llegaron a  los medios. Pero en el fenómeno tiene que ver mucho la denominación, el ponerle un nombre a un territorio, que ese nombre cale, que la gente lo adopte, importa mucho porque tiene una capacidad aglutinante de crear una identidad común que crea fortaleza. Ese nombre, La España Vacía, no existía hasta ese momento, es verdad y a lo mejor mi contribución puede ser esa, pero, jo, yo no he escrito un libro militante, he escrito un libro sobre la despoblación para hablar de otras mu­chas cosas.

P: En ese fenómeno de la despoblación, hay una administración que no está siendo muy citada y que sería en teoría la llamada a interesarse por la resolución o atenuación del problema, me refiero a las diputaciones pro­vinciales. ¿Con­sidera que esta administración es la más directamente implicada en la resolución de la despoblación? ¿Cómo valora su gestión frente a este  problema?

R: Debería serlo, porque es la más cercana y sobre todo para los casos de poblaciones más pequeñas.  Si no existieran las diputaciones estarían muy comprometidos algunos servicios elementales como la recogida de basuras y otros muchos. Deberían serlo. Pero su papel, evidentemente no ha sido ese. Yo no soy contrario a la existencia de las diputaciones ni abogo por su desaparición, abogo por su reforma. Considero que su papel es muy importante y que la división provincial, la estructura de provincias de Es­paña ha sido muy útil. Yo abogaría por su reforma, que no sean como son ahora, un consejo de municipios y que puedan ser elegidas por sufragio universal directo, que haya unas competencias claramente diferenciadas de las comunidades autónomas y que estén muy apegadas a la gestión de los lugares más deshabitados, de los pueblos pequeños cuyos municipios no tienen recursos para mantenerse y eso sí que es una reforma relativamente sencilla de hacer. Pero ahora mismo no están en ese terreno. Las diputaciones ya sabemos, por su propia constitución y por su propia naturaleza, son un nido de corrupción y de nepotismo de los más grandes que hay en Es­paña. Pero eso no implica que tengan que desaparecer, podemos reformarlas. Pero sin ellas, la situación de los pueblos podría ser peor.

P: En las últimas revueltas parisinas había jóvenes que narraban experiencias espeluznantes, confesaban ha­­ber visto a gente en los pueblos, gente que fumaba y conducía coches diesel ¿Son dos mundos tan diferenciados el rural y el urbano? ¿Habrá en España chalecos amarillos?

R: Puede haber chalecos amarillos. Pero, con respecto a la diferencia de los mundos rural y urbano, no son mun­­dos diferenciados. Yo de hecho en una entrevista  tuve problemas por­que el titular decía que el campo no existe en el sentido de que la cultura campesina no se diferencia en casi nada de la cultura urbana. Todos estamos conectados, todos pertenecemos a la misma comunidad, puedes vivir en el mundo rural, estar perfectamente integrado en él y que no haya contradicción con el mundo urbano. No e­­­­­xiste esa idea de aislamiento en el campo. Eso está to­talmente desterrado. Con respecto a si habrá en España chalecos amarillos,  yo creo que se están creando grandes masas de exclusión que no afectan solo al ámbito rural, a­­fectan también a muchos ámbitos urbanos. Por ejemplo, vivimos la gentrificacion de las ciudades, la expulsión de habitantes de toda la vida por la presión del mercado. Se están creando grandes ciudades don­de solo viven ricos y turistas. Pero cada cual se siente excluido a su manera por ello es difícil que la ex­clusión pueda cristalizar en un movimiento  parecido al de  los chalecos a­marillos.

P:  ¿Es difícil consensuar una reivindicación común?

R: Claro, a mi algunos periodistas franceses me llamaron  para preguntarme  si habría similitud entre La España Vacía y los chalecos amarillos. Yo les decía que tienen en común una reacción a un mundo del que se sienten excluidos y pretenden dar un toque de atención al Estado pero no hay un movimiento or­ganizado.

P: El presidente del Colegio de Arquitectos de Madrid dijo en una conferencia: “Nunca habrá transporte público de alta capacidad a Ga­la­pagar o Torrelodones (ciudades próximas a Madrid) porque no hay densidad de población para que sea rentable”. El contexto te remite indefectiblemente al tren de Extre­madura. ¿Cuál es el e­quilibrio? ¿Hasta qué momento o lu­gar puede el Estado invertir en estructuras económicamente inviables?

R: Pues con sensatez, mirando cada caso concreto, viendo las necesidades,  estableciendo unos mínimos dignos, de­terminado cual es el mínimo de servicios que necesita una sociedad. Pero los criterios no pueden ser economicistas, no puedes dejar de llevar un autobús a un pueblo porque no da dinero, los servicios públicos tienen que ser deficitarios. Ya se compensará ese déficit generando ingresos por otro sitio. El Estado está obligado a buscar recursos  incluso a veces con colaboración privada, con mecenazgos, y promoviendo pro­yectos que pueden generar dinero. Tampoco es rentable el Ave Madrid-Bar­celona y va siempre lleno. Nadie ni­ega que es un servicio estupendo. No es fácil, es complejo pero tiene  que haber un criterio de igualdad de oportunidades  porque es una cuestión de responsabilidad democrática. En términos democráticos es mucho más caro dejar morir de asco a un pobre anciano que ponerle un transporte para que vaya al médico.

P: Pero la despoblación no se ataja. En su La España Vacía (Turner) usted ha­bla de programas de desarrollo como Rural Pathfinders, en Inglaterra y otros similares en Alemania, Canadá, Países Ba­jos, que han frenado el círculo vicioso pero no han devuelto la vitalidad a los pueblos. ¿Nos está diciendo que no hay soluciones? Us­ted que lleva años estudiando el fenómeno,  ¿Ti­ene una fórmula? ¿Existe una fórmula?

R: Pues es difícil porque está mermando la economía que sostenía al campo que es evidentemente la economía agrícola. Podemos hacer muchas cábalas sobre reformar y terciarizar el campo pero el campo solo tiene sentido si está ligado a la economía agraria y en el mo­mento en el que entramos en una crisis enorme y en una destrucción  de explotaciones y de empleo en el campo pues es más difícil.

P: Usted menciona que incluso la propia tecnificación y modernización del campo reduce la necesidad de mano de obra.

R: Claro, salvando algunos cultivos como la cultura del vino que emplea a mucha gente para hacerla artesanal hay explotaciones que generan muy poco empleo siendo enormemente rentables y competitivas. Y es verdad que las pe­queñas explotaciones, tal como se ha planteado la PAC, lo tienen muy difícil. Ayer leía un libro de un politólogo francés, Christophe Guilluy,  El fin de la clase media occidental,   donde dice que Fran­cia ha pasado en  30 años de tener dos millones de explotaciones agrarias a tener cuatrocientas mil.

P: Sí, en el anterior número de esta revista publicamos que el campo español perderá 202.000 activos en los próximos 10 años y no hay jóvenes para el relevo generacional.

R: Claro, claro, y en ese contexto da igual que reconstruyas las rutas románicas, que montes paradores o restaurantes, no vas a sustituir la economía agropecuaria por cuatro ñapas.

P: Un joven asturiano de 13 años, el único joven de su pueblo, ha dicho: “Es­toy muy a gusto solo. No quiero que nadie venga a tocarme los cojones”. ¿Quedarse es un acto de rebeldía? Los jóvenes están organizando colectivos de debate y protesta por to­da España. ¿Está la España rural recuperando lo que usted llama el mito de Babel? ¿Es esa una esperanza?

R: Sí, sí, escribí una tribuna sobre ese joven. Bueno, es verdad que una mancha de mora se quita con otra , pero un prejuicio no se quita con otro prejuicio, espero que no se recupere el mito de Babel porque es un prejuicio, y los prejuicios se derriban de otra manera.

P:  Nos referimos al menos a crear una conciencia rural, a no idealizar en ex­ceso la ciudad.

R: No idealizarla, de acuerdo, pero si tú te sientes insultado porque te tratan de paleto , la respuesta no puede ser recuperar el mito de Babel y despreciar al otro, entraríamos en un bucle de nunca acabar. Me parece más interesante que se hable del orgullo rural porque tiene un elemento muy positivo. Decir, por ejemplo: nos han machacado, la    gente nos decía que nos fuéramos del pueblo porque aquí no hacíamos nada, pero nosotros estamos orgullosos de estar aquí, nos gusta esta vida y queremos luchar por vivir aquí. Eso es muy punki.  Afirmarte en tu identidad me parece muy positivo, es una vuelta de tuerca que se ha ido dando poco a poco y que hasta hace muy poco era raro verlo.

P:  ¿Punki en el sentido positivo?

R: Para mi lo punki siempre es positivo, es muy de desafiar las convenciones en el medio rural, yo soy lo que soy y usted a mi no me va a decir cómo debo ser ni que soy menos que otro porque viva aquí.  Aunque estaría bien que esto no llevase a una vuelta al mito de Babel y despreciar la vida urbana, a darle la vuelta a la tortilla, porque la vida urbana también es muy estimulante.

P: Si el santo grial es el empleo de calidad, sin él no habrá población según coinciden todos los estudiosos, ¿po­dría venir esa solución de la mano de las nuevas tecnologías: teletrabajo, startups rurales…? Las ciudades expulsan a los jóvenes por los precios de la vivienda, por la contaminación, por la superpoblación, por la turistificación… las propias empresas o la propia Ad­minis­tra­ción pueden ahorrarse una pasta en oficinas  si muchos trabajos fueran te­­letrabajos y la España vacía, en buena lógica sería la pieza donde en­cajara la España superpoblada. ¿Con­sidera que podría haber ahí una esperanza?

R: Yo creo que estas ideas en teoría existen y están bien planteadas pero luego en la práctica no funcionan porque si  fueran verdad ya tendríamos ejemplos de países donde la gente está poblando el campo con buenos empleos. Yo esto lo veo difícil, porque la tendencia es casi la contraria, a pe­sar de que las ciudades te expulsan queremos seguir estando. Sobre todo en empleos de calidad, en nuevas tecnologías, prefieren estar cerca de donde pasan las cosas.  Si no estás presente  es más difícil, tienes que dejarte ver, las cosas se consiguen muchas veces relacionándote, las empresas tienden a  aglutinarse, mira Sili­con Valey.

P: Pero si internet nació para eliminar distancias y conectar mundos diferentes ¿ Podemos decir que Internet ha fracasado?

R: En este sentido, sí, sin duda. Pero esa idea de que podemos trabajar don­de queremos si fuera cierta ya sería una realidad. No sería un proyecto de futuro,  habría surgido de for­ma  espontánea, y si no ha surgido es porque las cosas en el capitalismo no funcionan así. Las empresas tienden a estar concentradas, todas las tec­nológicas tienden a estar en el mismo barrio; cuando se crea la industria del cine todas las productoras están en la misma zona.

P: La Administración donde trabajan cerca de tres millones de personas po­dría ofrecer la posibilidad de teletrabajar en los pueblos y ahorrar consabidos problemas de vivienda, contaminación, superpoblación.

R: Pero no tiene que suponer que se trabaje en un pueblo, puedes teletrabajar a 10 minutos de la oficina. La gente se instala donde quiere y donde puede. Y también la vida urbana tiene un enorme atractivo.  No obstante, po­­dría ser un paso. La Ad­mi­nis­tra­ción podría dar ejemplo en este sentido, pero no sé si sería una gotita de agua en el mar.

P: Entonces, ¿Necesitaríamos un Plan Marshal para el medio rural español?

No lo sé, porque sería solo para sostener los servicios públicos, que es muy importante, porque son un reto financiero y político muy importante, pero no sé si por mucho dinero se sería capaz de reactivar una economía cuando lo que está fallando es el mo­delo mismo. Lo que necesitaríamos sería reactivar la industria agropecuaria. Una cosa es cierta seguimos necesitando comer, no sé porqué hemos renunciado a que la producción de alimentos sea un parte importantísima de nuestra economía.

P: Sí, pero comer barato.

R: Claro, haría falta una reeducación absoluta y una reestructuración de las cadenas de distribución. No estamos dispuestos a gastarnos 6 euros en un tarro de miel de la Alcarria mientras podamos gastarnos 2,5 en un tarro de miel china, claro, mientras eso no cambie es muy difícil producir alimentos.  Mientras sigamos comprando en los supermercados naranjas argentinas, mientras sigamos planteando un mercado de productos agrícolas completamente demencial en el cual los productos perecederos viajan miles de kilómetros y se crea una red de intermediarios durísima y mientras tengamos una distancia tan enorme con el producto da igual que pongas mucho dinero en el campo. Lo que necesitamos es una economía a­graria que funcione, que sea rentable y que sea  atractiva.Y así habría mu­cha gente que sería feliz gestionando una granja o una explotación. Y si no se hace porque no  salen los números, tendremos que hacer que salgan los números.